Por
Felipe Caro Lopez
Graduate Ambassador
John Glenn College of Public Affairs
The Ohio State University
Una reciente columna del analista Alberto Mayol ponía la voz de alerta sobre el contenido de las canciones de un artista urbano mexicano de renombre, por muchos vinculado al famoso cartel mexicano de droga de Sinaloa. El tenor de la columna ha llevado una polvareda a nivel internacional sobre cuál era el rol del Estado (específicamente a través del municipio de Viña del Mar), en una evidente contradicción sobre un conjunto de acciones tomadas en contra del narcotráfico como la eliminación de animitas y mayor control a los funerales de estas bandas versus el pagar más de 600 millones de pesos a un artista que hace alusión a la cultura de la venda de drogas y el consumo de sustancias como el Tusi ajustándolo al concepto de estatus social y acceso a jóvenes mujeres.
No es algo nuevo, series como La Reina del Sur o Narcos hacen una referencia sustantiva a dicho mundo, pero en este caso el punto de conflicto era la existencia de dineros públicos involucrados. No se puede estar bien con Dios y con Diablo, sobre todo cuando tienes frente a un oponente de real peso.
A veces en la región olvidamos el inmenso poder que poseen los carteles de droga, los que logran extender su poder de influencia, corrupción e incluso militar al nivel de rivalizar de igual a igual con un Estado. El caso de lo ocurrido en Ecuador es un ejemplo latente del inmenso poder que logran acumular estas organizaciones.
La Colombia de Pablo Escobar es fuente de múltiples relatos que dan cuenta de lo que los carteles de la droga pueden llegar. En una región por esencia violenta y con instituciones débiles y altamente corruptibles, el patrón se repite en México, Colombia, Ecuador y gran parte de Centroamérica. El dinero compra voluntades políticas, impunidad policial y judicial, jóvenes soldados desde sectores vulnerables, pero por sobre cualquier cosa; construye una impresionante lealtad.
Misma lealtad que tiene sumido a Ecuador en una crisis de seguridad sin precedentes, con militares actuando de igual a igual con la primera línea del narcotráfico, como lo hiciera el presidente Bukele hace unos años atrás en contra de las Maras.
Colombia y Perú en alerta, movilizan tropas a las fronteras a la vez que el presidente Noboa amenaza a fiscales y jueces de no ser cómplices con la fuerza narco mientras los parlamentarios de Ecuador, incluyendo al Correísmo (Izquierda) ofrece amnistía a los militares para retomar el control del país.
Eso es lo que logra el narco, poner de rodillas a los Estados de institucionalidad débil. Rápidamente una serie de voces en Chile han salido a coro a determinar que es imposible que algo así pase en nuestro país.
No puedo estar de acuerdo con ello y el ex embajador de Chile en Ecuador y exministro Jorge Burgos tiene un punto “si te quedas sólo con decir que ‘en Chile no va a pasar’, cometes un error, porque te puede pasar”.
Es muy probable que la puerta se abra de par en par en el momento más inesperado. Si 500 detectives no pudieron ingresar hace algunos años atrás a la comunidad Temocuicui en la región de la Araucanía, la pregunta es si poseemos la capacidad de enfrentar en combate abierto y urbano a grupos altamente preparados, armados y coordinados.
En un futuro próximo, con una tasa de homicidios, desmembramientos, secuestros, extorsiones y delitos de alta connotación social en aumento día a día, la cuestión no es una falta de recursos o falta de efectivos, sino que es tomar la decisión de enfrentar al narcotráfico en su totalidad y eso debe incluir incluso el “gatillo fácil” cuando este sea justificado, por supuesto.
En los próximos años seremos testigos de un intento de controlar poblaciones y territorios con dos respuestas: seguir con diagnósticos de las causas o luchar con las consecuencias de ella.
Los próximos años serán más violentos sin duda y es responsabilidad de nuestras autoridades tomar las medidas para controlar, erradicar y minimizar el poder del narco, a menos que esperemos que el “Bukele chileno” haga su aparición en escena.