Latinoamérica, la guerra del (por el) futuro

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Felipe Caro López

Analista Político Internacional

Investigador John Glenn College of Public Affairs

The Ohio State University

Recientemente el sociólogo Alberto Mayol redactó una interesante columna sobre las luchas de influencia de China y Estados Unidos en el marco de las acciones políticas, económicas y diplomáticas por el control de una inesperada agenda sustentable, pero con una mirada mucho más profunda.

El cambio climático, como fenómeno, ha empezado a dar oportunidades, no tan solo para diversas iniciativas que busquen diseñar e implementar políticas públicas acordes a los desafíos de mitigación y adaptabilidad que conllevan, sino más bien a poder tener una mirada más estratégica sobre esta temática y que en Latino América no hemos querido ver.

En este sentido, el cambio climático está siendo un paraguas a tres importantes fenómenos: el primero sobre transferencias y desarrollos tecnológicos que incluye una carrera por controlar el mercado de los componentes de aparatos electrónicos y el manejo de bases de datos a través de aplicaciones de software. El segundo es el proceso de transición energética que disminuya la dependencia a los combustibles fósiles, lo que también incluye proyectos de electromovilidad, el hidrógeno verde y la fabricación de baterías de litio y sodio.

Finalmente, está la lucha por el control de la cadena de suministros, suplementos tecnológicos y médicos, pero por sobre todo de materias primas como lo son el cobre, el cobalto y el litio.

En estos tres campos se está llevando a cabo una intensa lucha de Estados Unidos contra China, Rusia e Irán. Esto ha transformado a América Latina nuevamente en una zona de alto interés para influencia geopolítica de potencias mundiales, que en teoría resultan totalmente antagónicas, pero que no tienen trepidación con utilizar los mismos mecanismos de influencia y control que les entrega un mundo globalizado.

En este sentido, la Reduction Inflation Act y la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas, son pasos esperables de parte de los Estados Unidos en Latino América.

Se busca consolidar aliados estratégicos en la región, asegurando materias claves, tratando de reducir la influencia de las inversiones chinas, rusas e iraníes en varios sectores industriales, pero por sobre todo busca poder dar un paso importante en mover la cadena de suministros desde la órbita asiática, hacia el continente americano.

Esto a su vez se ve relativamente factible gracias al fracaso del proyecto político antiimperialista de varios gobiernos de la región (Gutiérrez Rojas, 2023).

Resulta muy paradójico para las fuerzas de izquierda de Latinoamérica que toda la «Pink Tide» propia del proyecto bolivariano liderado por Venezuela, con una mirada fuerte hacia el rol de los movimientos sociales y una mirada centrada en combatir el neoliberalismo terminara en las mismas prácticas neoliberales que denunciaban los ex países deudores (De la Barra, 2006)

El día de hoy, el Banco de desarrollo estatal chino, los créditos rusos y los suministros militares e inversiones iraníes poseen las mismas lógicas que antes se despreciaban cuando provenían del Banco Mundial o del Banco Interamericano de Desarrollo.

Más aún, resulta evidente que en un marco de discurso «antiimperislista» gobiernos enteros como el de Bolivia y Venezuela tengan, debido a las deudas y dependencia económica, que apoyar acciones militares calificadas como ilegítima por los organismos internacionales como es el caso de la invasión de Rusia a Ucrania.

Lo concreto es que toda esta situación está poniendo a prueba la calidad de las instituciones democráticas, la coherencia de los proyectos políticos y la capacidad de generar un cierto nivel de neutralidad ante la arremetida económica y diplomática en la región. Resulta del todo obvio que los países con mayores índices de libertad económica (The Heritage Foundation, 2024) y calidad de la democracia (The Economist, 2024) como Chile, Costa Rica y Uruguay puedan navegar de mejor manera en esta incertidumbre. Pero lo concreto es que pronto, incluso ellos, deberán tomar un bando.

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