Felipe Caro López
Analista Político Internacional
Investigador John Glenn College of Public Affairs
The Ohio State University
El brutal asesinato de los carabineros en el sur de Chile fue un golpe al corazón mismo del país. Un accionar nunca antes visto como dicen las autoridades, pero sumamente esperable.
En la medida que los detalles del ataque han ido llegando a los medios, más surge la idea que el crimen organizado, en todas sus variantes, llegó para quedarse. Existe un fuerte paralelismo entre este dolor y el que se siente no tan solo a un ser querido, sino que a un protector.
Se pueden llorar las muertes, pero surge la duda sobre quién cuida y protege a nuestros protectores.
Este no ha sido el único suceso desgarrador que ha pasado estos días, pues la muerte del conscripto Franco Vargas y la enfermedad de varios de los miembros de su pelotón en la comuna de Putre, nuevamente ponen en tela de juicio el rol de los altos mandos del Ejército de Chile.
De inmediato vuelven a la memoria los hechos sucedidos en Antuco hace ya varios años y del cual se supone se había aprendido la lección.
Nuevamente la transparencia de una de las ramas de las FFAA es puesta en tela de juicio, como en el caso del desfile de sus máximas autoridades por tribunales de justicia, a los que se suman ex generales, directores de carabineros y el ex director de Policía de Investigaciones que se encuentra en prisión preventiva.
Este debilitamiento de la imagen nos hace pensar que no basta tan solo en la necesidad de poder renovar los altos mandos, sino en la necesaria validación social que deben tener estas instituciones, la que debe ser por sus acciones y no por sus omisiones.
Tanto el mundo político como dentro de las fuerzas armadas y las policías han tenido un comportamiento sencillamente nefasto, que hace necesario una urgente y profunda revisión de sus procesos y acciones, ya que como hemos visto, la gran perjudicada de todo esto es la sociedad en su conjunto.
Las fuerzas armadas y de orden han sido apuntadas con el dedo una y otra vez a lo largo de los últimos años, a veces con justificación, pero muchas veces también con una finalidad meramente de ventaja política, ya que estas siguen repercutiendo en la memoria de algunos sectores de izquierda que piensan que tales instituciones están diseñadas con la filosofía de atacar a los suyos en post de proteger una suerte de «privilegio de los poderosos».
Esa desconfianza ha repercutido en el rol que cumplen las policías y las fuerzas armadas en la sociedad, restringiendo lo más que se pueda sus recursos, tratando de controlar los contenidos de sus escuelas o debilitando su imagen con tal de estar muy seguros de que siempre estarán bajo su mando y tutela cuando sean gobierno.
Pero esta estrategia ha sido del todo errónea, pues estas instituciones debilitadas no pueden cumplir su función principal de cautelar las fronteras y el orden público, golpeando una y otra vez el corazón de la eficacia que todo gobierno requiere como medida de Estado; la seguridad.
No es un tema excluyente de América Latina; las fuerzas policiales han sufrido mucho desprestigio en Occidente por su accionar, ante hechos cada vez más violentos.
Pero esto a su vez, permite que fuerzas policiales desarrollen su validación, justamente ante su propio debilitamiento, pues criticar una acciona mal realizada siempre va a ser mejor a que la acción no se desarrolle. Y a «acción» nos referimos asegurarse de la seguridad de la Nación.
El presidente Boric se mueve según sea el caso y ahora junto con criticar la figura del ‘Perro Matapacos» reafirma en su puesto al general Yáñez en Carabineros de Chile.
El desafío es grande, debemos ser capaces de confiar, ser capaces de cuidar, ser capaces de respaldar a quienes nos protegen; quienes a su vez, deben darnos el espacio para ello.
Como sociedad no debemos naturalizar que nuestros carabineros sean asesinados o que nuestros conscriptos mueran en sus entrenamientos. La primera señal de cuidar estas instituciones es que las responsabilidades (sean cuales sean) se hagan efectivas. Varios pensamos que ya basta de «hasta dar la vida si fuera necesario».