Los últimos años de pérdidas millonarias del canal estatal han abierto una discusión urgente sobre qué hacer con Televisión Nacional de Chile, ese canal históricamente llamado «de todos los chilenos». Tras décadas de gloria y cifras alentadoras, hoy TVN se encuentra al borde de la desaparición.
Es momento de preguntarnos qué esperamos realmente de un canal público: ¿Debe ser solo un competidor más dentro del mercado televisivo o una señal con una misión clara de aportar a la formación cívica, cultural e informativa del país? Al mismo tiempo, también debemos considerar el rol y el apoyo que merecen los medios regionales, que cumplen una labor crucial con recursos escasísimos.
Solo para dimensionar la crisis, desde 2010 la empresa ha perdido más de 1.300 millones de dólares, según consigna un reportaje del diario El Mercurio. Esta situación llevó al gobierno del Presidente Gabriel Boric, a través de la ministra vocera Camila Vallejo, a plantear ante el Congreso la crítica situación financiera del canal y solicitar una nueva inyección de recursos para asegurar su subsistencia.
Pero esta discusión no puede ser meramente coyuntural. Lo que está en juego es una decisión país: ¿Cuál es la importancia real de tener un canal estatal financiado con dinero de todos los chilenos?
Es fundamental recordar que TVN es autónomo y compite en las mismas condiciones de mercado que los canales privados. Sin embargo, a diferencia de estos, tiene obligaciones adicionales que implican un alto costo: mantener señales regionales, que significan cerca de 2.000 millones de pesos anuales, y sostener un canal cultural, que cumple un rol formativo y muchas veces poco rentable.
Desde mi perspectiva, lo relevante no es si el Estado debe transferir más dinero para que la señal sobreviva, sino qué modelo de comunicación pública queremos construir en Chile. Si se decide financiar a TVN como un canal público, entonces debemos preguntarnos: ¿Por qué solo TVN? ¿Cuál es el objetivo nacional que sustenta el financiamiento estatal de un medio de comunicación?
En ese escenario, vale la pena cuestionar si tiene sentido mantener sueldos millonarios de rostros y ejecutivos, o si más bien se debería transitar hacia un modelo de bajo costo, centrado en contenidos de calidad, con foco en la educación, la descentralización y el acceso a información relevante para la ciudadanía.
Además, si se opta por seguir financiando un canal público, habría que mirar el ecosistema completo. Hoy, las audiencias también se informan a través de radios, canales digitales y diversas plataformas que muchas veces alcanzan más audiencia e impacto que los medios tradicionales.
Por eso, creo que esta puede ser una oportunidad para pensar en un modelo de financiamiento más amplio, similar al de los “recursos espejo” que existen en el transporte estatal, destinado a apoyar también a los medios regionales. Medios que cumplen un rol vital para sus comunidades, pero que sobreviven con presupuestos mínimos.
En resumen, más que preguntarnos si se debe salvar a TVN, debemos cuestionarnos qué queremos como país en términos de comunicación pública. Qué modelo informativo necesitamos para fortalecer la democracia, la descentralización y el acceso a contenidos de calidad. Y, sobre todo, si estamos dispuestos a apoyar esa misión con una visión coherente, pluralista y moderna.