La cruel historia que conmovió al país y que a partir de ahí, se creó la brigada de homicidios de la Policía de investigaciones.
Demetrio Amar Abedrapo era un comerciante de San Felipe dueño de uno de los locales de telas más prósperos de la ciudad ubicado a una cuadra de la plaza, de 65 años, árabe. Por su parte Alberto Caldera García, de 50 años, conocido como el “Tucho”, carnicero, entablaron una amistad que para Amar parecía sincera, el comerciante no sabía leer ni escribir y Caldera se convirtió en su mano derecha, su secretario y noble trabajador en el cual podía confiar.
Sin embargo en 1947 cuando se comienza a urdir la traición, el “Tucho” convence a Amar de comprar unos terrenos a muy buen precio en Putaendo, para lo cual le presenta unos documentos para que firmara, luego con la complacencia del notario suplente Rafael González Prats, quien acepta la firma de los documentos sin la presencia del comerciante, Caldera logra hacerse de un poder amplio para la administración de todos los bienes y otro para casar a su hija de 19 años con el comerciante. .
Amar comienza con las dudas producto de las continuas felicitaciones de los clientes por su matrimonio, era un secreto a voces que fue creciendo por lo cual Demetrio decidió encarar a su amigo. El día 11 de Mayo se presenta en casa del “ Tucho” y al no encontrarlo se retira logrando ubicarlo en la plaza, luego de una discusión optan por seguir la conversación en el local de Amar, ya en el local y en un descuido Caldera le asesta sendos martillazos en el cráneo a su víctima quitándole la vida, luego con una frialdad única se retira a su domicilio a almorzar, luego regresa por la noche donde en forma macabra y con sus conocimientos de carnicero cercena el cuerpo con sierra, hacha y serrucho, en 19 partes, la cabeza, seis para el tronco y tres para cada extremidad. Para evitar la identificación quema la cabeza y las manos, el cráneo lo coloca en un saco y montando su caballo la lleva consigo, ante la pregunta de lugareños que en broma preguntan que llevaba en el saco contesta con una verdad apabullante “la cabeza de un finado”.
Al día siguiente con total parsimonia va sacando envuelto en cajas las partes del cadáver, para lo cual realiza varios viajes, luego se contacta con Aníbal Chaparro con quien traslada los restos internándose en el campo, los entierran a tres metros, posteriormente llega hasta Putaendo para pernoctar allí. Ya de regreso en San Felipe se hace cargo del local y ante las preguntas de los clientes muestra sin vacilar a todo quien lo desee el poder notarial que lo hace acreedor de la responsabilidad de la administración del local, ante la pregunta del paradero de Amar responde que viajo a Santiago y que posteriormente lo más probable es que siga rumbo a su tierra natal.
Las dudas comienzan a surgir por parte de la familia del comerciante, nunca se había ausentado del trabajo y menos sin avisar, su hermano pone una denuncia por presunta desgracia, la comunidad árabe presiona a la autoridad por una investigación, ante esto se nombra directamente desde Valparaíso un Ministro en Visita, por su parte desde Santiago viajan cuatro oficiales de Investigaciones para apoyar las labores.
Las primeras investigaciones aportan datos importantes, frente al negocio de Amar existe una farmacia que es atendida por una sobrina del fallecido, quien atestigua que vio a Caldera sacar varios bultos del local mientras este se mantenía cerrado, además el notario confiesa que fue sobornado para aceptar la firma de los documentos sin la presencia del comerciante. Los investigadores disipan sus dudas cuando entrevistan al “Tucho”, este confirma la versión que ha entregado a todos, que su amigo viajo a Santiago intempestivamente y no sabe cuándo regresara, pero con un pequeño detalle, lo nombra como si no estuviese vivo.
Caldera es detenido por las sospechas que recaen sobre él, pero mientras no aparezca el cuerpo no se puede consumar el delito. Para la opinión publica el culpable sin dudas es el “Tucho”, la prensa de todo el país se estremece con el caso y con la vida del detenido, saliendo a la luz pública escabrosos detalles. Su aspecto físico llamaba la atención, por sus 120 kilos producto de su apetito feroz, lo cual quedaba reflejado en los 25 huevos y 12 vasos de leche que podía engullir de una sola vez, en su prolífica vida amorosa se le atribuían 35 hijos, solo 7 de ellos reconocidos y todos de distintas mujeres.
El fin para el “Tucho” llegó cuando los detectives descubrieron algunos rastros de sangre en el local de Amar, a pesar de lavar cuidadosamente el local luego de romper el cráneo y salpicar las pareces con sangre. Los oficiales a cargo de la investigación solicitan interrogarlo para lo cual consiguen la orden para retirarlo por un par de horas de la cárcel, astuto Caldera solicita que se constaten lesiones antes de asistir, los sabuesos de la policía civil lo llevan al local de la víctima y logrando hacerse de su confianza hacen las preguntas de rigor regresándolo a la hora señalada, la segunda vez que requieren de su presencia Caldera sale confiado de su celda y no solicita la constatación de lesiones lo cual es aprovechado por los policías, ya que llegando nuevamente al local es amarrado, comenzando con los apremios ilegítimos tan de moda por esos tiempos, sumergen su cabeza en un recipiente con agua hasta casi dejarlo exhausto, después de varias ocasiones logran que confiese, primero culpa a otros del asesinato, luego al hermano del difunto y por fin cuenta toda su verdad. Con la recuperación del desmembrado cuerpo, el “Tucho” Caldera comienza el juicio en su contra, el cual es seguido muy de cerca por el presidente de la Republica don Gabriel González Videla quien no estaba muy convencido de intervenir en el caso por un posible indulto ante la pena de muerte por el costo político que esto le acarrearía, don Gabito como era conocido el presidente conocía a Caldera ya que fue empleado suyo como inquilino en unos terrenos que había adquirido en la zona en presencia de otro ex presidente Juan Antonio Ríos “el jefe” además de ser matón del partido Radical en las campañas electorales.
Un 22 de Marzo de 1949 salió la sentencia en la cual Alberto Hipómenes Caldera García era condenado a muerte, el amanecer del 6 de octubre del año siguiente al amanecer ingresaron 10 fusileros con zapatillas y sus respectivas armas al hombros, mientras tanto el condenado engrillado de pies y manos, vestido impecablemente de terno y camisa blanca , acompañado por un pastor evangélico y un sacerdote católico quienes realizan el camino hacia el cadalso, lo sientan y amarran en la silla, vendan su vista, el infeliz expresa sus últimas palabras “aquí verán morir a un valiente”, luego el oficial baja el sable y se escucha la detonación de los fusiles, la cabeza de caldera descansa sobre su pecho, el medico se acerca y comprueba su muerte. El presidente ha tenido un par de consideraciones con el “Tucho”, los gastos de sus funerales y su tumba que anecdóticamente fueron dos con el fin de poder despistar a la prensa corren por cuenta de él, además de no permitir el ingreso de ningún medio de comunicación al fusilamiento, afuera de la ex penitenciaría los familiares de Caldera se encuentran molestos con el asedio de la prensa y esto se ve reflejado en un hermano quien extrae un arma y realiza unos disparos al aire con el fin de amedrentar.
Este cruel asesinato será el que dará inicio a lo que conocemos hoy como la brigada de homicidios de la policía de Investigaciones.