Opinión: Por ti, por mi, por todas nuestras compañeras

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“Tras haber leído con gran placer un panfleto que usted ha publicado recientemente, le dedico este volumen para invitarlo a reconsiderar la materia y sopesar con madurez mi propuesta sobre los derechos de la mujer y la educación pública.” Mary Wollstonecraft

 

 

Conmemoramos el 8 M como el día internacional de la mujer debido a varios hechos en los cuales hemos sido masacradas, entre ellos, el incendio de la fabrica de Nueva York en 1975, y por otros motines realizados por compañeros en busca de obtener derechos que siempre debimos tener, pero quise recalcar que esta lucha no parte ahí, sino que ha estado presente desde siempre.

 

La vindicación de los derechos de la mujer, esta maravillosa obra filosófica feminista del siglo XVIII, escrita por Mary Wollstonecraft, rebate la postura de que las mujeres debían ser educadas para comprender su papel en la sociedad, de acuerdo con su posición y buscaba que fuéramos dejadas de ser vistas como meros elementos decorativos de la sociedad.

 

Cuando leemos comentarios en la prensa o en Redes Sociales, en los que aún se nos trata así y cuando aún esa pequeña dedicatoria que data de 1791 es atingente, es cuando nos damos cuenta del vergonzoso poco avance de nuestra sociedad y del porqué la lucha que han denominado feminista es imprescindible. La dedicatoria es en contestación a Telleyrand.

 

 

Cuesta entender que sea parte del lenguaje habitual e incluso del que trata de “reivindicarnos” frases como “El Rol de la mujer”, “El papel de la mujer en la Historia”, “El aporte de la mujer”, cuando la historia se ha escrito en conjunto por hombres y mujeres. Hemos sido desde los inicios invisibilizadas, tratadas como menos, violentadas y relegadas muchas  veces a un desahogo sexual, el cual además es permitido por mero placer solo a los varones. Todo esto en base a diferencias físicas, que no son más que eso, una mayor fuerza y un mayor tamaño, diferencias que nos hacen individuos, pero por ningún motivo debiesen generar inequidad.

 

El movimiento feminista que muchas veces ha sido caricaturizado busca nada mas que generar imparcialidad y garantizar los mismos derechos entre hombres y mujeres. ¿Es muy difícil de entender? ¿Es demasiado malo pelear por lo que nos ha sigo negado? Duele el corazón saber que tenemos que luchar no solo por tener la misma educación, igualdad de sueldos, o garantías, sino también, hoy en el año 2020, dar la pelea por decidir libre y seguras sobre nuestros cuerpos.

 

En datos mundiales, una de cada tres mujeres sufre violencia física o sexual en su vida. Una de cada tres niñas es obligada a contraer matrimonio contra su voluntad antes de los 18 años, dos de las tres partes de ciudadanos analfabetos del mundo son mujeres. En Somalia la mujer literalmente no tiene “voz ni voto”, en Arabia solo podemos estar en la calle en compañía de un hombre, en Irak vestirnos de forma que se vean solamente nuestros ojos, en Marruecos el 75% de las mujeres no reciben ningún tipo de educación, en el Líbano se permite el crimen de honor. En América Latina se traduce en el asesinato de mujeres por el simple hecho de serlo, en Chile, por ejemplo, en la última década más de 400 mujeres han sido asesinadas por sus parejas.

 

Luchamos para que esto no siga ocurriendo, no me voy a detener a explicar el porqué no debe ocurrir, o lo que las mujeres significamos, sería secundar la idea de que debiesen respetarnos debido a cosas que hemos realizado, debemos respetarnos simplemente porqué así es, cohabitamos el mismo mundo y debe ser en igualdad.

 

Somos libres, soberanas sobre nuestra emotividad, dueñas de nuestro cuerpo, nos educamos a la par, no debemos “ser educadas”, manejamos los mismos temas y tenemos las mismas aptitudes, disfrutamos nuestra sexualidad de la forma y el modo en que queramos y nadie ni nada debe opinar sobre aquello, no somos compañeras de los hombres, somos dueñas de este mundo y sé que no vamos a parar hasta que todas estemos en igualdad de condiciones, dejando de ser víctimas de las convenciones sociales masculinas casi pegadas a una pared, hasta que nunca más se apague una de nuestras voces por el sólo hecho de hablar. Y hasta cuando la cotidianidad, como que ocupemos un cargo en determinada institución, no llame la atención.

 

“Estaría por tanto mas que satisfecha si convenciera a los hombres sensatos de la importancia de algunas de mis observaciones y lograra persuadirlos para que sopesarán con imparcialidad su alcance general”… espero se entienda la ironía

 

 

Victoria Aldunce Llopis

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