Empieza poco a poco, con signos discretos, en silencio. Pasada alguna semana, cada amanecer, es un despertar a la sorpresa. Así percibo la primavera. Estación caprichosa, hermosa y exuberante que se brota en mi jardín alfombrado de flores fucsias, blancas, amarillas. Los despojados arboles empiezan a llenarse de follaje. Y las plantas que se helaron en el frio invierno, protegidas por sus raíces, vuelven a surgir.
Este ciclo es lo más parecido a los adolescentes. Espejo de la naturaleza y sus cambios. Sometidos al difícil tránsito de su desarrollo crecen con empuje al desconcierto de su despertar. Un proceso de desapego de los progenitores para florecer en sus descubrimientos. Caprichosamente como niños en cuerpos que se alargan como ramas desde el tronco que los sostiene y contiene en su empuje.
Estación que nos trae otros síntomas menos gratos. El espacio empieza a llenarse de motitas voladoras que nos contagia de alergia estacional. El rostro, pantalla de choque que el liviano polen afecta tres sentidos en él. Todo empieza con los primeros estornudos; anunciadoras trompetas de lo que llega. Después un terrible picor en los ojos, que por momentos querrías arrancártelos. Labios que hormiguean con inflamada sensación por dentro. Cuando llegamos al punto del moquillo acuoso que nos cae por la nariz, reconocemos la crisis por la que estamos pasando.
Llegado a este punto, cada uno busca la manera apropiada para enfrentar a la enemiga que nos ataca. Enemiga vigorosa que como toro bravo embiste su poderío de esplendor juvenil. La admiras y la temes esperando que termine su inevitable crecimiento. Concluida su temeraria existencia, nos deja la serenidad de la naturaleza madurando sus frutos.
Desde mi casa desafío el afuera que me limita. Estar ahí escuchando el libre cantar de los pájaros festejando su alegría que, desde el silencio de la casa me llega. Leer aspirando los olores que respira el entorno. Desayunar en el patio en la quietud y luminosidad transparente de la mañana, como había empezado a hacer semanas atrás. Pero como diría la Dickinson en un poema “Estar vivo es tener poder” y me lanzo afuera indiferente a las consecuencias, protegida por una mascarilla gruesa para rastrillar y ordenar el jardín. También me atrevo a caminar, no todos los días, como me gustaría, desafiando las extensiones de nogales brotados de semillas: Semillas que parecen gusanos verdes colgando de sus ramas, en parte, causantes de mi alergia.
En mi complaciente aceptación, miro desde la ventana el verdor que lo llena todo. Esta estación fogosa expresando el impulso de su energía. Inocente del ataque que nos somete el cíclico e infinito sentido de su existencia.