Resulta casi majadero advertir acerca de la escasez hídrica que azota al país y al valle del Aconcagua, basta mirar solo un dato para apreciar la dimensión de la situación. En los últimos cien años se registraron cada diez, dos o tres años con precipitaciones inferiores al promedio anual, en cambio en toda la última década se han registrado precipitaciones inferiores a dicho promedio. Es indiscutible que estamos frente a las consecuencias del cambio climático. Para empeorar la situación existe una mayor demanda por agua de parte de la población así como también de la agricultura, la minería, las empresas sanitarias y eléctricas, el turismo y otras actividades económicas, todas estrechamente relacionadas con el nivel de desarrollo alcanzado.
Este alarmante panorama representa un desafío de proporciones que requiere de los actores involucrados, autoridades y comunidad en general, de los mayores y mejores esfuerzos encaminados a enfrentarlo.
Desgraciadamente la movilización de algunas organizaciones sociales que desde hace unas semanas se ha venido desarrollando en el valle y que pretende sensibilizar sobre la problemática, ha incurrido a mi juicio en demagogia populista, la que un columnista de El Mercurio de Valparaíso describió agudamente hace poco días.
El demagogo populista sin atender a los datos y antecedentes serios y fundamentados que informan sobre la complejidad y matices de un problema, pretende llamar la atención sobre el mismo mediante “simplificaciones, exageraciones, discursos odiosos y teorías conspirativas” con el fin de conectar con los prejuicios de la gente. Manifiesta conocer a los responsables de tal situación quienes parecen suficientemente distintos y están suficientemente lejos de nosotros como para convertirlos en fácil objeto de repudio.
Siguiendo la prensa que ha cubierto la movilización y sus petitorios podemos constatar la presencia de los elementos antes señalados, se solicita entre otras cosas la derogación del Código de Aguas “fraguado en dictadura”; el fin del denominado “extractivismo” minero y agroindustrial así como el monocultivo y el uso de plaguicidas los que atentarían contra la vida, salud, cerros, río y bofedales; demandan la derogación de la legislación ambiental y enjuician al gobierno y las modificaciones que pretende introducir al Código de Aguas porque permitiría la entrega de aguas a “empresas y empresarios privados inescrupulosos y contaminantes”. Es más se denunció que las autoridades no están defendiendo ni a “la población de Aconcagua ni al derecho al agua sino que defienden su negocio” y se declaró que el movimiento puede “salvar al valle y nuestro derecho al agua y a vivir libres y tranquilos”.
En este discurso no existe ni por asomo alguna reflexión acerca de los logros y beneficios que sobre la materia existen: la cobertura casi general en la disposición de agua potable y alcantarillado y sus efectos para la salud de la población, la mejora en la productividad agrícola y en las técnicas de regadío, su capacidad para producir alimentos y crear puestos de trabajo, el aporte de la minería al erario nacional, el saneamiento de cuencas y, la mayor conciencia ecológica y ambiental de la población que poco a poco permea la legislación, las instituciones y nuestros hábitos. Todo lo anterior desaparece frente a la denuncia y la indignación que levanta el movimiento.
Sin duda que la situación requiere de importantes innovaciones y constantes verificaciones pero para alcanzarlas no hay otro camino que el espíritu crítico, gradualista e informado, solo así podremos enfrentar la problemática hídrica con posibilidades de solución. Dejarse seducir por eslóganes pegadores, soluciones radicales y discursos que presentan al mundo separado entre buenos y malos solo contribuye a incrementar la demagogia populista y a sustentar a políticos que la abracen. Es de ellos que debemos estar alertas.
Italo De Blasis V.
Abogado