Los medios de comunicación y el periodismo deben cumplir con el propósito para el que fueron concebidos: informar bien a la ciudadanía.
Esta semana, marcada por temas sensibles como el debate sobre las licencias médicas y el cierre con la cuenta pública del Presidente Boric, nos recuerda cuán fundamental es que los medios de comunicación ejerzan el rol que les corresponde en una democracia. Antes de que sea demasiado tarde.
El periodismo nació como una herramienta al servicio de la sociedad democrática. Sin embargo, hoy vemos cómo muchos medios —movidos por el rating, el “click” fácil o la necesidad de agradar en redes sociales— terminan por convertirse en parte de una barra brava. Ese camino puede ser pan para hoy, pero es sin duda hambre para mañana.
Expresiones como “cuestionar al poder” o “ser críticos” suenan bien, pero la palabra que hoy la ciudadanía nos exige a gritos es otra: seriedad.
La credibilidad es un valor esencial que el público deposita en quienes informan. No puede transformarse en un juguete peligroso, al servicio de intereses circunstanciales, porque eso solo conduce a la desinformación. Y la consecuencia más grave es que las personas terminan perdiendo espacios informativos equilibrados, donde puedan formarse una idea clara y honesta de la realidad que vivimos.
Tomemos como ejemplo las reacciones frente a la última cuenta pública. En muchos casos, el análisis de medios y figuras políticas se sintió como un simple ejercicio de “copiar y pegar”, repetido año tras año y gobierno tras gobierno. Es comprensible que los actores políticos jueguen su rol, pero los medios de comunicación no pueden limitarse a ser repetidores de cuñas. Se echa de menos el análisis profundo, la confrontación seria de datos y afirmaciones, y el cuestionamiento real, venga de donde venga.
Hoy cada quien le habla a su público. Se busca complacer a la galería. Y sí, eso genera audiencia, lecturas, likes… en el corto plazo. Pero el verdadero rol de los medios es entregar herramientas a la ciudadanía, para que esta pueda formarse una opinión propia, informada y crítica, acerca de lo que realmente se aproxima a la verdad.
No se trata de creer ingenuamente que las cosas cambiarán de la noche a la mañana. Pero sí de entender que, desde cada tribuna, es posible aportar a un periodismo más serio, más útil, más democrático. Porque si no lo hacemos, la democracia —ya debilitada— seguirá tambaleando.