Con el objetivo de recorrer el cordón montañoso denominado Los Dientes de Navarino, ubicado en la Isla de igual nombre, partí con un grupo de amigos al sur de Chile oportunidad que sirvió para escapar del tórrido verano Aconcaguino y también para conocer ese retazo del país y de la Cordillera de Los Andes que poco a poco se pierden donde se juntan los océanos pacífico y atlántico.
El viaje comenzó en Punta Arenas desde donde nos embarcamos en un transbordador que toma 36 horas en llegar a la isla; ya a un par de horas de navegación se pierde toda conexión telefónica y uno queda entregado al suave movimiento de la nave que se desplaza por los canales del extremo sur dejando toda preocupación y rutina atrás. Aparecen en el trayecto la impresionante Cordillera de Darwin y varios glaciares que caen al mar, el aire frío hace patente la idea de que se viaja a través de lugares prístinos y hasta ahora fuera del alcance de la mano del hombre, a eso contribuyen las aves y mamíferos marinos que sin temor aparente salen al encuentro de la nave.
El viaje finalizó en Puerto Williams de noche y bajo una fina y persistente lluvia que hizo incrementar la sensación de lejanía que me acompañó todo el viaje. El poblado tiene su origen fundacional como una base naval en el año 1953 pero se pierde en el tiempo como asentamiento humano por parte de los Yaganes. Desde el mes de marzo este pequeño pueblo con escaza conectividad, de unas cuantas calles pavimentadas, casas de construcción más bien ligera y almacenes correctamente abastecidos, que cuenta con una moderna escuela de vela para los jóvenes locales y que está en alerta ante la posible instalación de una salmonera, pasará a convertirse en la ciudad más austral del mundo al reunir la característica político administrativa de capital de la provincia Antártica Chilena.
La caminata por Los Dientes se inicia con una vista en altura del canal Beagle y durante cuatro días transita por un sendero que se interna por bosques, accede a paisajes de alta montaña, cruza largas extensiones de tundra y rodea muchos lagos, lagunas y pozones, lo que para un “norteño” resulta impresionante y envidiable. El único punto negro en este magnifico paisaje lo constituye la acción de los castores, animal exógeno que no tiene depredador natural y que consume árboles para alimentarse y construir las represas donde instalan sus madrigueras destruyendo con ello el bosque circundante. Según algunos cálculos ya han acabado con una superficie de bosques superior a las que habría cubierto Hidroaysen.
Isla Navarino es por hoy la última frontera de nuestro país y como tal está tensionada por fuerzas de modernización, cambio, conservacionismo y atavismo; este conflicto se produce en un Chile más consiente y con más recursos que en otros momento de nuestra historia. Esperemos que logre construir un camino de desarrollo que respete de la mejor forma posible su monumental belleza natural, su rica historia y el legítimo deseo de sus habitantes de tener una mejor y más confortable existencia.
Italo De Blasis.