Opinión: La Copia , La columna de Citadini

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Hay dos momentos que me impresionaron durante los primeros días del llamado estallido social. El primero es la imagen por televisión de un hombre humilde de avanzada edad con lágrimas en su rostro al ver la huella de la barbarie. Y el segundo, las imágenes de un joven captadas por un dron en la zona cero. Temprano en la tarde, el muchacho con una luma golpeaba enajenado una señalética que estaba en el suelo, luego se paraba y corría en zigzag e intimidaba a las personas que por ahí pasaban. En un principio pensé que era un video juego. Ambos instantes son símbolos de la naturaleza del estallido; reflejan el conflicto generacional. Pensemos que un gran porcentaje de jóvenes ha vivido buena parte de sus vidas en un mundo virtual, y muchos han quemado horas en juegos violentos que de una manera u otra los condicionan.

 

También debemos considerar que en esas multitudes que salieron a las calles había gran cantidad de jóvenes de clase media, incluyendo a los retoños de muchos de nosotros que no comulgamos con la violencia. Ellos protestaban por las injusticias sociales. Le pregunté a mi hija, qué opinaba de la violencia que se generaba en las protestas, me respondió que era un daño menor, colateral, algo inevitable para conseguir los cambios. Parecía que estos jóvenes cuando veían la violencia hacían click en el icono minimizar y todo estaba bien. Pensemos que en las primeras encuestas tras el estallido el 80% de la población apoyaba la violencia. Yo le insistía que las protestas eran manipuladas por grupos violentistas que estaban utilizando a la juventud. Un día vi a un joven simpático que se dirigía de prisa a las protestas de los viernes. Lo llamé por teléfono y le pregunté por qué quería hacer la revolución. Me dijo que entre otras cosas quería que mejorara el mísero sueldo mínimo. Entonces le dije, tienes razón, pero, ¿sabes tú a cuánto asciende el sueldo mínimo en el país que venera esa persona que te convenció para que fueras a la barricada: no alcanza a 5 dólares mensuales, multiplica, y no hay mucho que comprar en ese país, agregué. Como dice Bob Dylan, los jóvenes no tienen pasado, así que todo lo que saben es lo que ven y oyen, y creerán cualquier cosa.

 

Tras el brutal asesinato de George Floyd en el país del norte, los hechos violentos que ocurrieron en Minneapolis y otras ciudades se parecían bastante a los que sucedieron en nuestro país: destrucción de negocios, saqueo, incendios, bomberos atacados por manifestantes para que no hicieran su labor, etc. ¿Por qué en ese país la violencia se detuvo mayoritariamente a los pocos días? No sólo porque sonó la trompeta avisando que venía la caballería, sino porque los mismos afroamericanos, partiendo por el hermano de Floyd, rechazaron la insensatez de la violencia. También lo hizo Michelle Obama y otras personas de esa raza.

Qué pasó con las personas influyentes durante el estallido en nuestro lindo país con vista al mar. A la gran mayoría le comió la lengua los ratones. Es más se colgaron de la violencia, amenazaron con ella, como si ellos mimos la hubiesen planificado. Y la violencia continuó por meses. En marzo, los nenes del Instituto Nacional ya estaban en su oficio de picar piedras y lanzarlas a Carabineros. Recordemos que algunos parlamentarios en un momento querían “mandar al presidente a Siberia”. Sería bueno que en los documentales del estallido que vengan en el futuro aparezca alguno que muestre todas las voces y todos los ángulos. Por ejemplo, los escritores en Simpson 7, ¿dijeron algo cuando a unos pasos de ahí destruyeron y quemaron la biblioteca del parque Bustamante, que le servía todo el mundo gratuitamente?, ¿o cuando, al otro costado quemaron y destruyeron el museo Violeta Parra? Nada. Tuvieron que enlatar la casona para protegerla, como hicieron todos en el vecindario. Y claro, algunos salieron con pancartas a apoyar a los que estaban haciendo picadillo el hermoso barrio.

 

No quiero pasar por un tipo gruñón que reclama contra los jóvenes. Yo también fui joven e idealista, quería cambiar el mundo y aún quiero, tuve gurúes chantas que si me lo pedían los llevaba a la luna; pero como dice Tolle, el gran gurú es la vida misma. Bueno, la cosa es que ayer conocí a un joven de un positivismo inusual, es descendiente de diaguitas, me ayudó en un trabajo. Me dijo: “el confinamiento ha servido para reflexionar”. No le pregunté en qué había reflexionado: algunas reflexiones que se pueden hacer con respecto a la pandemia es que antes que llegara, la gente se juntaba en grupos, para provocar daño, bloquear caminos, romper semáforos, en fin, y ahora el virus nos obliga a estar aislados, distanciarnos de las personas, el virus nos dice, apártate de la gente, anda solo, porque puedo ser muy peligroso. También nos ha hecho valorar “las cosas simples de la vida”, no se necesita  tanto para tener momentos felices: Compartir con la familia y amigos, no tiene precio. También muchos habrán concluido que la policía es necesaria. Durante el estallido llegamos a mirar al otro como nuestro enemigo; ahora se aprecia más cortesía en las personas, ojalá que así sea. También hemos valorado la ecología y los ecosistemas, y a pesar de los pronósticos científicos nos ha llegado la lluvia y la nieve.

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